21 febrero 2011

¿por qué hablar?

cuando ya está todo dicho, ¿por qué hablar?
¿o es que la memoria es una invención de cada instante, y con ella nos viene el olvido de todo lo que supimos, de que supimos, también, no saber?
quizá, pues, nos fue concedida la ignorancia por alguna causa.
así, sin Dios, sin mano generosa, se nos dio también el olvido de lo que supimos y borramos con el tiempo.
y con la ignorancia, se nos otorgó la lengua,
a cada uno la que fatalmente le tocó en nacimiento.
todas iguales, tan incompletas.
y así seguimos, sin entendernos.
sin ver más allá de ella.
pero así seguimos, hablando. pero repitiéndonos.
también con los gestos. que igualmente no pueden tampoco acercarnos.
sabiéndolo, insconscientemente, desde lo más profundo de la historia.
y aun así, sin cansarnos.
por eso seguimos hablando,
creyendo que un día seremos nosotros,
precisamente nosotros,
los que rompamos el encanto,
y lleguemos a querernos,
perdón, a entendernos.

20 febrero 2011

you are all so young, so immature.

but once, oh once, we all were young, and reckless so.

i see myself in you. and i forgive you.
i even tend to forget you.

but what i can't really stand is you conscious blind and foolish stubborn eyes.
and i cannot even look another way. oh, why?

18 febrero 2011

nos perdemos

pasan las horas, los días, los meses y los años. lo sabemos. ya sabeis de que estoy hablando. nos vamos. nos vamos yendo.

también este ir desapareciendo ocurre en el espacio. viajamos a otros lugares, dejamos rastros de nosotros en nuestras estancias, en los rincones, en los caminos y veredas donde, sin detenernos siquiera, flota nuestro olor, perdimos un suspiro, dejamos una intención.

y qué me decís de la cultura. también a ella la derrochamos. en otro lugar, la compartimos, la entregamos, la perdemos con nuestra lengua materna y, así, creemos estar alejándonos de nosotros mismos también.

es un goteo total, constante, tan ininterrumpido que parecería que nos vamos volviendo transparentes, que nos disolvemos, desaparecemos en el entorno, nos perdemos.

pero no ocurre así. no hay más que vernos. aqui estamos, vivitos y enteros.
ocurre pues, digo yo, que la resta que vemos tan angustiados, tiene un contrapunto, vamos, debe tenerlo.

será que al vivir, con el paso de los segundos, minutos, con cualquier momento, en cualquier lugar, con todos, sin importar el lenguaje con que nos entendemos, estamos también recogiendo, recogiendo los frutos del vivir, que nunca es en vano, aprendiendo, llevándonos anécdotas, experiencias, otras subjetividades, otras virutas de vida, otros instantes, sueños, minutos compartidos, miedos, antropofagianzo cada molécula que nos rodea, en todos los niveles, en cualquiera de las perspectivas, llenándonos, poco a poco, viviendo más y mejor. no perdiéndonos, no envejeciendo, olvidándonos o rejuveneciendo, simplemente, haciéndonos más grandes, más fuertes, más nosotros, más intensos.

13 febrero 2011

mi placer

surgiendo de un lugar casi olvidado, me llega, extraño, en la mañana de domingo, un impulso amoroso, que años atrás llamaron jouissance, con el que quiero colorear estas palabras, como si de la misma impresión se trataran, para que queden, para que en mi memoria se asienten un poco más, más allá de ese lugar oculto del que surgieron, más lejano del que ahora ocupan, cerca de mi consciencia.
el impulso es de placer. placer. tan tímido él.
pero tan sencillo.
está conmigo. cada vez que estoy con otros, con algunos, de un modo determinado, está en el medio, entre yo y ellos, me refiero a vosotros, y también a cuando leo, y a cuando duermo, y salgo a pasear con el sol, y me pongo profana, y miro alrededor, y lo agradezco, y hago porque ocurra, y ocurre, y me sale, carnal, así, por los poros, el placer. qué sencillo él, y qué rápido se va, se me olvida que estuvo, lo pierdo, creo que se fue, y cuando vuelve me doy cuenta, que siempre estuvo aqui, esperando a que lo viera para ocurrir, con cada paso, cada baile, cada gesto, palabra y persona.
por eso hoy os lo agradezco, me lo agradezco, se lo agradezco.
al placer.

07 febrero 2011

Tondo el que no lo lea.


Llevo todo el día pensando: ¿qué hace a un insulto, un insulto?

Claramente, no es la palabra en sí. Si uno va andando por la calle y grita: ¡cabrón! e inmediatamente después por delante de él aparece un macho de cabra bien enorme, el que creímos insulto ha pasado a ser un mero sustantivo descriptivo que ni el pobre animal puede comprender.

Podríamos entonces suponer que se trata del referente al que la palabra denota, que si decimos la misma palabra en un contexto en el que los animales no se dan, no habría posibilidad de equivocación. Pero esta hipótesis falla en algunos casos. No es, por tanto, cierta. Si viene por ejemplo un inglés a mi país y levanta sus dedos indice y medio con la palma vuelta hacia sí, yo bien podré interpretar que me está pidiendo dos elementos x o que me muestra su pacifismo. En ningún momento comprenderé que, de hecho, me está sugiriendo bien poco refinadamente que me joda a mi misma. Él se está dirigiendo a mí, me lo está indicando su mano y su mirada, pero yo no me siento ofendida porque no conozco el código.

Quizá la solución está entonces en el contexto en el que el código del insulto emitido existe. Si el mismo inglés mostrara de idéntica manera sus dos dígitos en la capital británica, muchas personas inocentes se sentirían más que injuriadas. Sin embargo, ocurre en ocasiones que teniendo el referente y compartiendo el mismo código y contexto, una palabra grosera no se tiene como tal. La solución, en mi opinión, radica básicamente en la conjunción de dos instancias, además de las tres indicadas y la palabra malintencionada imprescindible, claves.

Por un lado, debe darse un emisor con mala uva y ganas de molestar.
Y por otro, no menos importante, un receptor con iguales ganas de dejarse ultrajar.
Si cualquiera de ambos fallan, el insulto permanece inerme y flota como palabra huérfana hasta desaparecer en el aire.

Pongamos dos ejemplos de lo anterior. Imaginemos que tengo un amigo muy apasionado del baloncesto y yo, un día, lo llamo "fanático" para indicar su amor sin límites por el deporte, pero él, que sabe que yo no comparto sus aficiones, lee en mis palabras una exagerada crítica de su afición y se enoja. Como mi deseo no era el de herirlo, sino definir objetivamente su práctica, lo que se ha dado en nuestra conversación no ha sido un insulto sino un malentendido.

Del mismo modo, pero a la inversa, si alguien en algún momento, desde la ignorancia y el conservadurismo me llama "feminista radical", yo, que me puedo considerar feminista de algún tipo e interpreto lo del radicalismo, por la cosmovisión de mi interlocutor, como un calificativo que denota una práctica (o quizá concepción nomás) más revolucionaria de lo que él está acostumbrado a escuchar, no me sentiré en absoluto insultada, sino quizá descrita y alabada con precisión y, orgullosa por ello, dejaré que sus palabras hablen simplemente de un contexto, de unas actitudes histórico-vitales determinadas, pero en ningún caso, como insultos, pues si yo los abrazo y acepto, no lo son.

02 febrero 2011

esas palabras que diría.

tengo atragantadas en la garganta un par o mil de frases que le diría a unas tres o seis personas.

les llamaría de todo. les diría todo verdades. y no perdería su amistad. o quizá sí, pero tampoco era mucha, ni siquiera verdadera. y la verdad, de cualquier modo, no me importa.

pero no hay modo, aquí estoy, aquí sigo, con las palabras entre la tripa y la boca: atrancadas.

nadie me ha dado aun un remedio; no hay ungüento, no hay píldora, por no haber, no hay ni magia que las haga salir o desaparecer. ni una, ni otra.
y una vez más, pienso: debe haber una razón, que realmente no alcanzo a entender, que me impide sincerarme: expulsarlas. quitarme el peso de encima. decirlo todo, seguir adelante.
e irme a la cama.