30 septiembre 2013

La máscara

Ha pasado el tiempo. Cinco años. O quizá incluso más. Ya no recuerdo. Hace tiempo, dejémoslo así, estaba ahí: me veo lejana ahora, tan pequeña que casi podría decir pequeñita. Y pienso, como las viejas, "cómo pasa el tiempo". Pero no es eso. Ni tan siquiera eso. Es cierto, el tiempo pasa, afortunadamente, pero nosotros pasamos con él. Y aquella lejana figura un día decidió aventurarse a ser quien es hoy, es ya ella hoy, y también otra. O quizá más bien las circunstancias la aventuraron y ahora mira alrededor y, así, de repente, descubre que la máscara es su piel. Y que esa sonrisa es ya la mía. Y no ha resultado difícil. Nada de trabajo. Como al desnudarse, ella ha encontrado otra piel. Y un día, el otro día, así, como en el cuento, me dí cuenta de que lo que ellos veían era lo que había. Cinco años, o quizá ya seis, demasiados para vivir en la ignorancia. Creyendo jugar, como en el patio del recreo, pero viviendo, había mudado de figura. Me adapté. Me descubrí. Me transformé. Todas y ninguna. Como en un libro de autoayuda, pero sin libro, y sin ayuda. Sólo el tiempo lo hizo, y quien sabe qué más hará. Sólo me queda esperar. Esta figura de hoy que me aguanta será otra un día, pero quizá siempre la misma. Más honda, con menos capas, con otras máscaras, más lejana, o quizá simplemente ella misma.

29 septiembre 2013

Desde el ombligo hasta la garganta, noto el sol que va subiendo, distraído.
Hacía tiempo que no me visitaba.
Y lo noto perezoso.
Valiente, sin embargo, sigue su camino.

Una canción zumba, vibra y retumba desde mis manos hasta mis codos.
Las puntas de los dedos finas.
Y me cuesta andar.
Me deslizo, de curva en curva, hasta aquí mismo.

La cabeza bien alta, así puesta. Quieta.
Como una maraca, las preguntas suenan.
Y no quieren respuestas.
Las dejo moverse, poco a poco, y bailar su cha-cha-cha .

Será que es domingo.
O que se acerca el frío.
Y que las hojas ya están tornando de color.
O quizá no es más que otro día, en algún que otro despertar.


21 septiembre 2013

La nada

Nada. No es que no pase nada. Es que sólo veo la nada. Y la lleno. Hoy así, mañana asá.
Y tan tranquilos todos.
Cuando digo yo, pienso en tí.
Tú también: no lo niegues, vives con la nada.

Hay días en que me convences.
Hay días en los que, incluso yo, me convenzo.
Y luego, la mayoría, trato de ignorarla.
Pero la siento, a mi espalda.
La nada.

En ocasiones no me importa. La conozco, como si fuera mía.
Como si fuera yo. Nada, no pasa nada–me digo.
Y continúo, mirando al horizonte, que es como el pasado,
y como el presente: Nada.

Pero otros días me pesa.
La siento encima del mundo,
de ti, sí, de mi,
y no puedo mirarte sin saber que aquí,
por aquí
no pasa nada.

Estamos simplemente llenando el tiempo,
no hay nada que hacer,
minuto a minuto,
no pasa nada;
sólo estamos viviendo,
sólo estamos haciéndonos,
si es que estamos hechos de algo,
por eso lo pienso:
aquí sigo, aquí seguimos
matando un tiempo,
un tiempo lleno de nada.

08 septiembre 2013

Disimula

Ya hacía años que no se sentía la misma. Se levantaba por la mañana, se miraba al espejo y no, no se reconocía en la imagen. Por supuesto que sabía que la cara que veía reflejada enfrente correspondía a la carne que notaba como propia. Tampoco es que hubiera perdido todo contacto con la realidad. Pero ella, había dejado de ser ella. Como si viviera en instantes consecutivos, no lograba identificar aquello que la definía como persona. Si pensaba en su pasado, creía encontrar en él ciertas imágenes que le recordaban a gestos del presente, pero todas eran diferentes y, faltándole el criterio para hacerlo, no sabía decidirse por una a la que aferrarse para dar a su futuro la coherencia de una historia. Tenía miedo. No ese miedo irracional ante lo desconocido. Tampoco miedo a sus propios actos. No estaba tan desesperada. Simplemente confusa, aturdida. Casi apenas tenía, en realidad, ningún sentimiento tan fuerte como para sentirse a sí misma, para sufrir, o tratar de ser feliz. El suicidio pues, no era el problema. El miedo era más arcaico. Se imaginaba ya, en el presente, dispersa en el universo. Se veía retrospectivamente como polvo. Ni sería ni era nada. Y eso sí la consumía. Empezaba entonces a plantearse las mismas preguntas que la asolaron en la adolescencia: de dónde venimos, a dónde vamos, qué hacemos en el universo, quienes sómos. Pero el azar de su existencia, su ínfima condición maravillosa no la consolaba. No se sentía fuerte. Si ya no era ella. Ni tan siquiera ella. Ella era ya nada.
Y aún así, cada mañana, se levantaba. Se miraba al espejo. No se veía. Se buscaba. Se vestía. Desayunaba. Iba al trabajo. Sonreía. Disimulaba.