Ha pasado el tiempo. Cinco años. O quizá incluso más. Ya no recuerdo. Hace tiempo, dejémoslo así, estaba ahí: me veo lejana ahora, tan pequeña que casi podría decir pequeñita. Y pienso, como las viejas, "cómo pasa el tiempo". Pero no es eso. Ni tan siquiera eso. Es cierto, el tiempo pasa, afortunadamente, pero nosotros pasamos con él. Y aquella lejana figura un día decidió aventurarse a ser quien es hoy, es ya ella hoy, y también otra. O quizá más bien las circunstancias la aventuraron y ahora mira alrededor y, así, de repente, descubre que la máscara es su piel. Y que esa sonrisa es ya la mía. Y no ha resultado difícil. Nada de trabajo. Como al desnudarse, ella ha encontrado otra piel. Y un día, el otro día, así, como en el cuento, me dí cuenta de que lo que ellos veían era lo que había. Cinco años, o quizá ya seis, demasiados para vivir en la ignorancia. Creyendo jugar, como en el patio del recreo, pero viviendo, había mudado de figura. Me adapté. Me descubrí. Me transformé. Todas y ninguna. Como en un libro de autoayuda, pero sin libro, y sin ayuda. Sólo el tiempo lo hizo, y quien sabe qué más hará. Sólo me queda esperar. Esta figura de hoy que me aguanta será otra un día, pero quizá siempre la misma. Más honda, con menos capas, con otras máscaras, más lejana, o quizá simplemente ella misma.
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