La esperanza se esconde en los pliegues del tiempo. Basta con dar, esperar y, un día, como en primavera, vendrá. Cargada, seguro, más insegura, también: pero volverá. Y traerá de la mano la convicción de la compañía. Me explicará, como ya un día me explicó, que basta con mirar alrededor, bajo la máscara; hablar, así, desde el núcleo; mostrarse, también, al desnudo. Porque la justicia existe. De todos los colores y medidas: sólo hace falta esperarla, reconocerla y recibirla.
Hoy le abro las puertas. Llamó. Me dice que sabe bailar. Que se aparece con la lluvia. Que evita la hipocresía. Persevera en el dolor. Sobresalta. Da risa. Acompaña a los que la promulgan. Se da en el intercambio. Y yo ya lo sabía.
Cuando me lo recuerdan, el mundo se hace pequeño. Paradójicamente. Sólo una ciudad, imaginada: es una familia. En ella yo, una mariposa, en este momento. Se detiene el tiempo. Soy el color. Solo soy. Estoy siendo. No me alejo. Se desdibujan ciertas caras. Aleteo. En primer plano, otras. Vibración. Y veo el pasado alejándose, ya sin peso. Un reposo. El futuro que brilla. La esperanza que vuelve, sencilla.
Y mis alas de papel, hasta que ardan, me bastan. La esperanza, que es palabra, es mi amiga.