a juzgar por los ejemplos que la realidad pone ante nosotros, sí, importa: queremos más, grande, mejor. no obstante, hay ocasiones en que esta verdad se ve desmentida gracias a otros factores. por ejemplo, en el colegio, la hora de comer y un plato de judías llenas de pelos y hervidísimas de primer plato: y nadie quiere el plato que desborda, todos queremos, si es posible, ni siquiera olerlas. o una clase con el soporífero de turno. ¿quien desea que se alargue varios minutos tras el timbre? nadie. esperamos que le surja un imprevisto,que llegue tarde, que se marche pronto: que la haga más corta.
de igual modo, en una obra de teatro, obtener el papel principal no es sustancial. lograr uno sustancial tampoco es una hazaña. representar aquel que más líneas declama es una nimiedad. dónde esté el pequeño personaje que no llega apenas a los dos párrafos, que se quiten Hamlets, Romeos y Segismundos. En un simple criado, no, no, un criado de criado, o en un perro incluso, he allí la magia de toda la representación. Que Hamlet se trafuque con una frase no es sustancial porque al cabo de verso y verso y verso, el espectador capta el mensaje de todos modos. pero, ¿que sería de la obra si el perro mauyara? el peso de toda la representación está, y he aquí mi punto, en los detalles.
por tanto, tras mucha reflexión, he llegado a la conclusión de que interpretar a un cazador durante poco más de dos minutos en una obra de hora larga es un honor. trataré de sacrale todo el jugo a las cuarenta palabras, me esforzaré por deletrear cada sílaba sin errores, no faltaré a ningún ensayo, lo prometo por las plumas del ave fénix, y lograré que sea tan jugoso y delirate con me han prometido. eso sí, no hace falta que vengan a comprobarlo.
1 comentario:
Sé que brillarás el día D al desempeñar el papelito de cazador!
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