Sólo hay una cosa que no necesita de la razón y ésta es la verdad.
La sencilla, se siente, arrebatadora, en un punto físico variable: unas veces es justo en el centro de lo que suponemos nuestro cerebro, otras, en el estómago. Un dolor agudo y reconfortante. Un pinchazo apasionado que nos recuerda que estamos vivos.
Esa verdad se experimenta, creo yo, con la belleza, gracias a ella y sólo con ella, aunque se disfrace con dispares máscaras.
Es una belleza personal, de modo que no existen barreras acerca de la verdad intuída mientras se sienta sinceramente como tal.
Cuando un cuadro de Caravaggio, de Van Gogh o de Schiele me obligan a permanecer frente a ellos infinitamente, en un trance cercano al lloro de felicidad, no es locura, no, es que he sentido la verdad que ellos contenía, su íntima belleza.
Si al caminar por ciertas calles de Londres o ver el sol reflejado en las paredes de Big Ben creo sentir que ese momento ha sido absolutamente mío, intensamente completo, es porque lo que me rodea es real, más bello de lo que nuca las palabras dirán pero verdadero.
En los momentos en que mis ojos recorren un poema y tras su finalización, cuando las palabras empapan todos mis sentidos, creo intuir que existen verdades flotando por todo mi cuerpo, que la belleza, por ello mismo, me ha invadido y que la realidad me sobrepasa pero, a la vez, me completa.
Pero lo mismo puede ocurrir diariamente con los objetos más triviales o los sentimientos más profundos que con los más cercanos compartimos.
Esos breves instantes, de dolor, de iluminación y de impagable belleza son los únicos en que creo que sí, que pueden existir otras realidades. Realidades no esotéricas ni mágicas stricto sensu, pero sí maravillosas si nos dejamos vivirlas, porque son, en realidad, nada más que la vida que nos rodea experimentada al máximo, en su total intensidad, como si nos fuera otorgada y revelada en un instante sólo a nosotros con el fin de que entendamos que somos nosotros los que podemos crear la la belleza y, lo mejor de todo, poseerla.
En fin, me estoy dando cuenta, mientras escribo que, en realidad, no existen palabras para expresar esas sensaciones, que no son comunicables, antes que nada porque son totalmente únicas y personales. Sin embargo, si alguien en algún momento ha sentido una corriente de energía similar, podrá, cuando otro, como yo en este caso, trate de explicarle esa experiencia mágica, recordar vagamente lo que una vez experimentó, entenderlo en cierto modo y sentirse un milímetro más cercano del espíritu del narrador, intuyéndolo.
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