esos pequeños momentos que el día, distraídamente, nos brinda para disfrutarlos,
instantes que sin ser percibidos, si no son analizados racionalmente, pueden iluminar un día tanto como pueden entristecerlo.
un paseo en un frío día soleado, al punto de la mañana, por las calles desiertas; una ducha larga y caliente mientras suena de fondo la canción que cantamos a grito pelado o una siesta antes de comer, con el ojo medio abierto y la consciencia de que estamos robándole al tiempo su implacabilidad.
esas pequeñas cosas que se escapan de lo convencional, que no necesitan de esfuerzo alguno y que los dioses, si existieran, no se permitirían el lujo de calcular: son en sí mismas divinas por azarosas, por espontáneas y generosas.
yo sólo creo en ellas.
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