o casi incluso como el mar, desearía ser como el mar, que no el mar, relajada y natural pero intensa, llena de fuerza, a punto siempre de explotar,
y estallar, que me dieran pie y estallar, y decir todos esos discursos que planeo en mi cabeza, ya en inglés, ya en español, para tantas personas; suenan tan bien, sueno tan segura y decidida ante mí, me convenzo, me gusto incluso, pero allí se quedan, para mí,
que ya me gusto, y me disgusto, no me decido. ojalá me pudiera ver de fuera. y verme con objetividad. si eso existe. existirá. verme sin dolerme. aprender a entenderme y luego, tranquilamente, con facilidad, volver a olvidarme y mirar desde mí, ya de pie y estable, hacia lo que me rodea,
encontrar allí una Verdad. sólo quiero una. una pequeñita, que me deje de marear, que me permita fijar el mundo y el tiempo en un punto, y que no suene mal, que no haga daño, que sea, simplemente, transparente y, a la vez, real,
como real podrían ser mis deseos, esos que día a día, más allá de lo que aquí escribo, me propongo lograr; me determino, me pongo en marcha, hago el trabajo y, al final, algo pasa, un pequeño imprevisto, y ya no están.
quizá lo que ocurre con los deseos sea que simplemente han empezado a cumplirse, paso a paso, y sin embargo yo, esperando verlos aparecerse radiantes y completos, no los veo operar, con sus imperfecciones, lentamente, de manera natural, de tal modo que el día en que se cumplen, ya no relucen mágicos como los esperaba a principio de año, cuando los pedí, sino que son ya parte de mi rutina y como un átomo de mí misma, no se dejan ver, sólo se dejan notar, levemente, como un cosquillear.