En la peor de las circunstancias la persona supuestamente graciosa, además de carecer de virtudes intelectuales o de don de gentes, no es ni tan siquiera verdaderamente aguda. Por eso, tras contar y acompañar su historia con su risa, pide, con su sonrisa y nerviosas carcajadas, alguna limosna caritativa de su audiencia, alguna risa, en la esperanza de que ésta le llegue en un momento de debilidad, cuando ya no recuerde con tanta claridad que ni ella cree que sea verdaderamente chistosa.
Aunque quizá, más terrible aún resulta cuando dicha persona supuestamente graciosa, además, combina humor y bondad: ¡su ingenio no es ni siquiera tal, no es agudeza, ni es cinismo, ni ironía, ni sarcasmo, ni parodia! Habiendo olvidado la pimienta y la sal, nos está pidiendo que alabemos su "manjar".
La duda que me surge en esos momentos es si puedo, debo o quiero mentir. Por suerte la risa viene en mi ayuda, o no. Ella va a su aire: si ríe, es que gustó, si calla...ella no me engaña.
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