durante un tiempo estuvieron de moda esas películas en las que dos carácteres, tras un accidente o por arte de birlunroque se intercambiaban los cuerpos, o las almas, a saber. sin haber notado mayor cambio, al día siguiente, lavándose los dientes o pintándose el ojo, descubrían haber cambiado radicalmente de apariencia. ellos se sabían ellos mismos, pero su aspecto lo negaba y, por las convenciones de la costumbre, debían empezar a vivir la vida de otros. producto de dicho azar, obviamente , aprendían una valiosísima lección acerca de su conducta moral y mejoraban como personas.
nadie sin embargo, que yo sepa, ha escrito aún un guión del efecto inverso. será por lo habitual del caso. será que ni lo percibimos.
cada día, a veces incluso cada minuto, de la manera más insospechada y anárquica, nuestro cuerpo permanece aparentemente inalterado, pero nuestro interior cambia.
pero eso no nos sorprende. sabernos iguales pero diferentes a quienes eramos sólo hace unas semanas no nos hace cuestionarnos nuestra integridad, nuestra esencia.
nosotros seguimos el hilo de el argumento que nos guía: quiénes nos influyeron, qué nos afectó, qué razones nos movieron, qué fines perseguimos, que movimientos pisocológicos nos estremecieron o que inconsciencias pudieron hacernos variar.
el continente permanece, suponemos, somos los mimos de siempre, nos decimos, y continuamos con la farsa que, no sólo nosotros creemos y creamos sino que es también apoyada por todos quienes nos rodean y siguen queriendo, u odiando, a su manera, como el día anterior.
sin embargo, del mismo modo que ocurre en los hits hollywoodienses, nuestras películas caseras también contienen momentos, aunque pequeños, de anagnórisis. personaje y audiencia, iluminados de repente por un conocimiento extraño, inusitado pero revelador, descubren que el carácter al que seguían es en realidad diferente de quien decía ser, al menos, días atrás.
el protagonista echa la vista atrás, se crea su propia narración teleológica de los hechos, y se construye en el presente como un individuo totalmente coherente, racional y sano. el co-protagonista público, que sólo logra recordar varios momentos del pasado de esa ora subjetividad, anuda dichas memorias salientes con una lógica de suposiciones y llega a la conclusión de que, de un modo u otro, su antiguo compañero de farsas vitales es, o no, aún digno de su amistad, y sigue viviendo su propia historia paralela.
este tipo de argumentos, en mi opinión, podrían ser un éxito de taquilla para el director que se atreviera a explotarlos. por un lado, no se puede dudar de su realismo, ni mucho menos de las posibilidades intelectualoides para postsesiones de cine independiente, e incluso podría hasta funcionar con ciertos toques de ciencia ficción o maravilla. el único problema, eso sí, es que de este tipo de historia, quizá por ser tan absurda, quizá por ser la nuestra, no obtenemos moraleja alguna. y ya se sabe, lo que no tiene educa, no vende.