Según la R.A.E.: " f. coloq. Tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal."
Palabras que, para mí, suenan huecas pues no explican nada. ¿Qué es la tristeza, qué la melancolía y qué la nostalgia? Amalgama de palabras sin sentido, sin contenido.
Morriña, podríamos decir, es, sin embargo, una canción de Amaral que tus oídos te piden a mitad del día, o, más bien, esa misma necesidad de escucharla que te lleva a sentir un vacío en el pecho.
Morriña es, también, la calle Doctor Cerrada apareciéndose cómo imagen inconexa cuando planeas las tareas del día, y no sólo la calle, sino también tus pasos en ella y, con ellos, todos los caminantes con quienes los distes, todos los momentos a los que te llevaron y muchos más que podrías estar andando.
Morriña son unos buenos calamares en su tinta, su olor, su simpleza y, más bien el recuerdo sabroso de saber que quien los ha cocinado lo hizo con una sonrisa, sabiendo que te encantan, por tí, para tí, te estaban esperando mientras, ya te acuerdas, volvías a casa con tu amiga, aquella que es tan especial, aquella que conociste el primer año de universidad, cuando todo era nuevo, e ibas a alemán, y te enamoraste de verdad, y fuiste al cine, y eras joven, y salías hasta tarde, como allá se acostumbra, y volvías a todo correr, y nunca tenías sueño, y siempre había tiempo para charrar con los amigos, sobre todo las amigas, y sus sonrisas entre tapas, y entre cervezas, y allí estarán y estaban también las de los cafés, y los pueblos, y los cines, y gente extranjera, como aquel año que fuimos a Madrid, y fueron dos, y al regresar allí seguía todo, como siempre, esperándote, como siempre, sonando familar, como a veces apetece: como esa canción, esas calles, esas caras, sabores, olores y voces.
Eso es la morriña.
Palabras que, para mí, suenan huecas pues no explican nada. ¿Qué es la tristeza, qué la melancolía y qué la nostalgia? Amalgama de palabras sin sentido, sin contenido.
Morriña, podríamos decir, es, sin embargo, una canción de Amaral que tus oídos te piden a mitad del día, o, más bien, esa misma necesidad de escucharla que te lleva a sentir un vacío en el pecho.
Morriña es, también, la calle Doctor Cerrada apareciéndose cómo imagen inconexa cuando planeas las tareas del día, y no sólo la calle, sino también tus pasos en ella y, con ellos, todos los caminantes con quienes los distes, todos los momentos a los que te llevaron y muchos más que podrías estar andando.
Morriña son unos buenos calamares en su tinta, su olor, su simpleza y, más bien el recuerdo sabroso de saber que quien los ha cocinado lo hizo con una sonrisa, sabiendo que te encantan, por tí, para tí, te estaban esperando mientras, ya te acuerdas, volvías a casa con tu amiga, aquella que es tan especial, aquella que conociste el primer año de universidad, cuando todo era nuevo, e ibas a alemán, y te enamoraste de verdad, y fuiste al cine, y eras joven, y salías hasta tarde, como allá se acostumbra, y volvías a todo correr, y nunca tenías sueño, y siempre había tiempo para charrar con los amigos, sobre todo las amigas, y sus sonrisas entre tapas, y entre cervezas, y allí estarán y estaban también las de los cafés, y los pueblos, y los cines, y gente extranjera, como aquel año que fuimos a Madrid, y fueron dos, y al regresar allí seguía todo, como siempre, esperándote, como siempre, sonando familar, como a veces apetece: como esa canción, esas calles, esas caras, sabores, olores y voces.
Eso es la morriña.