Una tostada de salmón con mozzarella recorre mi cuerpo y me recuerda que estoy viva. La carrera concluida; estoy viva, más viva pues me muevo, rápido, soy con la vida: soy energía. Un mal sueño, demasiados días, pero consigo seguir pensando. Aunque poco a poco: me faltan horas, horas de cama y ya no sé en que día vivo. Pero vivo. Mucho. Despacio y deprisa. Una vida vicaria a través de los demás, y de sus palabras, y de sus historias y reflexiones. Es como si, en realidad, yo nunca me alcanzara. Me estoy muy lejos, y me voy alejando. De quien fui, al menos. Y ya ni me recuerdo. Me he perdido en algún lugar de esos puntos dispersos que la gente identifica conmigo. Hablan de ella. Pero, estoy segura, no soy yo. Ya no sé ni cómo ser. Salvo en esos instantes en los que sólo una nectarina, me alimenta. Y sé que soy, o que estoy: y eso me basta. Porque no lo pienso. Sólo me creo, me doy a mí misma, generosa con mi tiempo. Y continúo perdiéndome. Naturalmente.
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