Frustración.
Frustración porque sólo puedo escribir cuando me viene la inspiración.
Sí, al más puro modo romántico.
Viene la idea. Y como vino, se va. Si me coje con lápiz y papel, la atraparé. Si me halla en la cama, en la calle o presa de la vagancia, la dejaré pasar. Y con ella, con la inspiración se irá una parte de mí.
Ahogo. Me ahogo cada vez que sé que un instante se fue, no quedó retenido. Sólo era la captura de un sentimiento, de una sombra de una intuición, de un pensamiento. Una semilla. Pero se fue y quizá no retorne.
La fragilidad de la memoria. Opera así. Y sólo la puedo plasmar como la siento: distorsionada, hecha girones, frágil, breve, fugaz, caprichosa. Al menos queda aquí, como la concibo ahora.
Frustración.
Frustración, sí. También. Porque sólo puedo escribir de lo que me toca. Sólo puedo leer lo que me toca. Escuchar lo que me toca. Sólo lo que me llama. Si no, mi pluma divaga, mis ojos saltan, mi mente flota, mis oidos se ensordecen y me vuelvo los tres monos a la vez.
Yo. Y yo, y yo y mis circunstancias. Circunstancias concretas, abstractas y precisas pero borrosas, aquellas que me conforman en la base más básica de lo que soy. Si es que soy, si es que algo o alguien puedo decir que soy. Creo que sería sólo ellas, aquellas que me atraen.
Así es lo que escribo. Lo que me interesa no tiene núcleo común más que el de aquello que me afecta. Lo que hace vibrar mi cuerda de la mente-corazón, y aún no sé que es. Por eso vagabundeo por estas letras. Me dejo llevar a ver si ellas solas me indican ese punto de convergencia y me explican qué me da unidad.
Y es sólo frustración. Y sólo veo más y más frustración. En el pasado y en el provenir.
Pero ella y el camino de la búsqueda, las atracciones y mi circunstancia es lo que cuenta, al menos eso dota de cierta coherencia a mi escritura y a mi ser.
O eso voy a hacerme creer esta vez.
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