Si nos tratan como idotas, nos volveremos idiotas.
En ocasiones, cuando sospecho que no soy del agrado de una persona, sin realmente tener la certeza de ello, más o menos inconscientemente la trato de un modo más frío, más distante, con un cuidado aleinante que dificulta la relación. Como yo no me muestro tal cual soy, la otra persona, que posiblemente no tuviera ningún reparo hacia mí, siente cierto rechazo por mi parte y convierte, con su reacción, en verdaderos los miedos que yo guardaba infundadamente. Así, mi manera de relacionarme y tratarla, surgiendo de fantasmas, acaba transformando en esos fantasmas a quien podría haberme ofrecido millones de descubrimientos.
De igual modo ocurre en muchas otras circunstancias. Pienso por ejemplo en el caso de la universidad. A los alumnos se trata como si fueramos unos vagos redomados, unos inútiles de tomo a lomo y, sentando las bases sobre esas conjeturas se nos prepara con una educación paupérrima que simplemente acaba convirtiéndonos en unos cenutrios mayores de lo que su imaginación temía. Creyendo que nuestra memoria no retiene ni el número de telefono, que somos incapaces de razonar un simple enunciado, de trazar conexiones entre materias, de manifestar nuestras conclusiones con enunciados inteligibles o de archivar unos conocimientos mínimos para el día a día, se nos prepara para la deglución y rejurguitación de manuales que no sabemos integrar porque, por un lado, este sistema viene operando de igual modo desde que tenemos conocimiento de razón y aprendíamos los animales con sus partes y caracteristicas como si de una tabla de multiplicar se tratara y, por otro, es una costumbre que, hablo de España al menos, se encuentra arraigada en el principio de los tiempos de modo que, estando la educación de los educadores tan podrida como la de sus educadores y los de éstos y los de éstos a su vez, ¿cómo van a ser capaces de cambiar nada, con qué iniciativa, con qué ingenio o capacidad intelectual van a promover un tipo de enseñanza diferente?
No lo voy a ocultar, estas líneas que preceden surgen de una crítica que llevo rumiando durante un tiepo. Yo la resiento y, como yo, creo que miles de estudiantes en el país en el que nací lo hacen, más o menos conscientemente. Quizá toda ella surja de cierta ilusión y admiración ilustrada, pero más bien tiendo a creer que procede de la desilusión que me produce ver que allí todo se rije por el viejo dicho de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Desde el rechazo antiamericano hasta el amor patrio más rancio y localista, no somos capaces de ver más allá; pero si concemos que en la inercia está la culpa: ¿qué hacemos aún parados?.
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