05 octubre 2009

gracias a mi memoria de pez

para variar, ayer, en un momento de lucidez entre la más cotidiana de las cotidianidades, me di cuenta de que nunca voy a darme cuenta de nada más allá de ello.
me explico: llevo años y años, desde que tengo uso de razón, creyendo que en un futuro cercanísmo, cosa de semanas, meses o días, ingenua de mí, voy a comprenderlo todo: voy a tener una visión preclara de quien soy, qué quiero, qué debo hacer y cómo voy a manejar mi vida.
por experiencia propia, claro está, vengo descubriendo que ese momento de iluminación se distancia y aleja conforme el tiempo avanza. no llega nunca, básicamente.
entonces, creo que debo resignarme a ello, a lo que la obviedad y la puesta en común de estos pensamientos me señala con casi luces de neón: nunca estaré menos a oscuras que ahora, nunca sabré nada con más certeza que hoy mismo, es decir, apenas alguna, y el único consuelo, si es que es uno, que me queda es saber, también por práctica, que gracias a la naturaleza soy una mujer de floja memoria: retengo recuerdos, datos y descubrimientos por un periodo limitadísimo de tiempo.
de este modo, descubrimientos sorprendentes como el de ayer me dejarán durante años tan desconcertada pero felizmente asombrada sin cesar como ayer lo hicieron. me sentiré hasta el día de mi muerte como una niña incauta que espera de la vida una revelación, anagnórisis o cosa similar, más al pie de calle quizá, en un mañana muy cercano.
será la inocencia perversa que hay en mí que opera contra mi razón aún ahora que soy consciente de mi craso error, pero realmente aún sigo esperando que llegue ese día en que lo que creí que llegaría con la madurez se me aparecería y todas las nubes y el mareo que me producen se irían como con el viento.
supongo que no me resigno a creer que ser un adulto es igual de inseguro que ser un niño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ten cuidado con pedir revelaciones, que luego a veces llegan!

Clara