entrando en la cafetería ya mi mirada se posó en su nuca. parecía realmente concentrada en aquello que escribía. imaginé, casi sin poder controlarlo, toda la historia que rodeaba sus palabras.
se trataba sin duda de una carta. así, metódica pero inspirada, redactaba las últimas letras para quien ya hacía tiempo que no le dirigía ninguna. no eran inútiles frases, eran sólo pensamientos que, enredados en su cabeza, debía ordenar para poder sentir esa historia concluida.
no me costó apenas esfuerzo empezar a suponer su respuesta. su carta hablaba, no me cabe duda, de sentimientos coherentes. de cómo aún la embargaba el dolor, pero más que nada una especie de ansia de venganza. decía que se sabía injusta, que no se había dado más que una repetición la acostumbrada historia fallida pero que ella, a pesar de ello, se sentía traicionada. y ahora todo se mezclaba en su cabeza, y no tenía palabras con que describir eso que sabía con certeza que aún los unía, aunque fuera de manera extraña. pero como él, ya se había demostrado, era demasiado egoísta, demasiado simple, quizá simplemente incapaz para la vida, que es complicada, ella sabía que no debía más que aceptar todo lo vivido como experiencia, grata, como felicidad para la nostalgia. y de ahí que le escribiera, aún con un poco de esperanza, no, esperaba, por un futuro como el pasado, sino para que aprendiera de el error de ambos y sobre todo, ahora se daba cuenta, para que así él le enseñara ese nuevo modo de relacionarse, al haber evolucionado, sin amor, pero con los restos de aquello que sí había sido cierto, que era mucho, y aún le pesaba.
pero puede que no fuera así. probablemente ella estaba simplemente escribiendo una historia casi de ficción, quizá un tanto autobiográfica. es posible que, inspirada por el trabajo de Sophie Call, estuviera proyectando en sus divagaciones un tanto de afanes literarios, y un poco también de pasado enmarañado.
no obstante, ya digo, tampoco de todo esto, puedo estar segura.
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