Prácticamente todo lo que me rodeaba se me hacía plenamente familiar y a la vez absolutamente extraño. Era como vivir en la película que compendiaba todas las que había visto, las expectativas que tenía puestas y los estereotipos en que estas se habían venido formando; mientras que, sin embargo, todo me era nuevo, brillante y placenteramente aterrador.
Hoy, pasados dos años y medio esa sensación ha desaparecido.
Paulatinamente, pues, este país se ha debido ir convirtiendo en mi hogar/heim.
Sin embargo, hay días, o momentos, en los que instintivamente doy un paso atrás. Me coloco, dando una pirueta que no sabría enseñar, detrás de mi misma. Desde allí observo mi alrededor con la misma mirada con que lo vi el primer día. Oigo esos acentos tan marcados, agradezco su simpatía desbordante, me encandilo con su dedicación al trabajo, soy incapaz de reproducir su avanzada organización y admiro su optimismo individualista.
Pero todo dura sólo un segundo, un segundo que es como un viaje al pasado, un segundo tras el cual todo vuelve a la normalidad cotidiana. Y ya con los estereotipos más materializados, perdón, matizados, continúo como una más.
Apenas siquiera dándome cuenta que la de ahora es sólo otra distorsión en percepción más.
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