29 marzo 2012

la esencia

Existe una esencia. Sí, existe una esencia, digan lo que digan, se da. Y a ésta se la puede tocar con la yema de los dedos, cuando se está a punto del abismo, pero vuelve, cuando se cae en la durme-vela, o se vive con la cabeza en otro lado, en los márgenes de la realidad y su cotidianidad. En esos momentos esta esencia nos golpea con su verdad: se la siente como un aire que viene de dentro y desde dentro, ardiente, nos inunda, nos eleva como a las santas de los cuadros renacentistas, y casi nos permite sentir el alo dorado con que nos agracia.
Viene de otros, de lo material, de lo que no tiene nombre, o lo tiene tan usado que parece invisible, aparece por el contacto y el desapego de él, ocurre entre los intersticios del ir y venir, porque sólo se da tras la compañía que se ha dejado: cuando uno, reconocido en el otro, reflejo y rechazo, redescubre lo olvidado.
Y siente la felicidad. O algo que se parece pues, intermitente, está y, un segundo después sólo ha dejado una huella, un recuerdo y con él la duda de si fue verdad lo que recuerda.
Por eso vuelve, debe volver a la realidad de cada día, bajar, dejar de ser,
renovado, no obstante, lleno de fuerzas,
más cerca mientras se aleja, de su esencia.

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