No siempre es así o, debería mejor decir, no siempre lo siento así; pero hoy me pilló la alegría, así, como de refilón y con fuerza, me abrió los ojos, me sopló en el pecho y me empujó a escribir.
Buena casualidad, estando tan solo a dos días de cerrar un ciclo, menos arbitrario que algunos otros, y excusa válida como cualquier otra para mirar en derredor, mirar a contraluz y pensar al revés.
Se acaban los veintisiete y dudo que haya aprendido algo. A veces siento que involuciono, que van apareciendo más piedras en el camino, que tropiezo con todas, repetidas veces, y que poco a poco me voy pareciendo más a los adultos, eso también, que entro en el círculo vicioso de la madurez.
Pero no es cierto del todo. Al menos dos cosas me llevo con el año que se va.
Por un lado, me conozco mejor, me espero, me desespero y quizá quiero más. Ha sido un difícil proceso pues nadie es libre completamente: todos llevamos nuestros demonios, somos sus esclavos, pero conocerlos es lo que nos da alas. Creo que ya vuelo más.
Por otro y sobre todo, he aprendido a valorar a quienes me rodean. Igual siempre fue así. Quizá nuna existió nada más importante que ellos, los demás. Quiero y agradezco al mundo que existan todas esas personas que me rodean y que me dan la única razón para creer que la vida es trascendente: su afecto me desborda.
Y soy, en ese sentido, una gran afortunada. Desearía enumerar a todas y cada una de las personas que, con sus idiosincrasias, constantes gestos y extravagantes modos me llenan la vida, pero esta redacción se convertiría en lo que no es. Mi familia más cercana, mis amigos más antiguos, los más recientes, los de acá y los de allá, los más ocasionales y los más constantes, los de verdad, todos aquellos que me sonríen, que me hacen reir, que me escriben, me llaman, me hablan, me abrazan, me dan su tiempo, y siempre de manera tan generosa, tan desinteresada, natural y eficaz. Todos ellos, mi afecto.
Espero pues, que el año que entra me enseñe a demostrarles con más perfección cuánto los aprecio. Posiblemente no exista medida ni modo perfecto para hacerlo. El afecto tiene sus caminos...
Ojalá este texto sideral sirva, al menos, de intento.
Buena casualidad, estando tan solo a dos días de cerrar un ciclo, menos arbitrario que algunos otros, y excusa válida como cualquier otra para mirar en derredor, mirar a contraluz y pensar al revés.
Se acaban los veintisiete y dudo que haya aprendido algo. A veces siento que involuciono, que van apareciendo más piedras en el camino, que tropiezo con todas, repetidas veces, y que poco a poco me voy pareciendo más a los adultos, eso también, que entro en el círculo vicioso de la madurez.
Pero no es cierto del todo. Al menos dos cosas me llevo con el año que se va.
Por un lado, me conozco mejor, me espero, me desespero y quizá quiero más. Ha sido un difícil proceso pues nadie es libre completamente: todos llevamos nuestros demonios, somos sus esclavos, pero conocerlos es lo que nos da alas. Creo que ya vuelo más.
Por otro y sobre todo, he aprendido a valorar a quienes me rodean. Igual siempre fue así. Quizá nuna existió nada más importante que ellos, los demás. Quiero y agradezco al mundo que existan todas esas personas que me rodean y que me dan la única razón para creer que la vida es trascendente: su afecto me desborda.
Y soy, en ese sentido, una gran afortunada. Desearía enumerar a todas y cada una de las personas que, con sus idiosincrasias, constantes gestos y extravagantes modos me llenan la vida, pero esta redacción se convertiría en lo que no es. Mi familia más cercana, mis amigos más antiguos, los más recientes, los de acá y los de allá, los más ocasionales y los más constantes, los de verdad, todos aquellos que me sonríen, que me hacen reir, que me escriben, me llaman, me hablan, me abrazan, me dan su tiempo, y siempre de manera tan generosa, tan desinteresada, natural y eficaz. Todos ellos, mi afecto.
Espero pues, que el año que entra me enseñe a demostrarles con más perfección cuánto los aprecio. Posiblemente no exista medida ni modo perfecto para hacerlo. El afecto tiene sus caminos...
Ojalá este texto sideral sirva, al menos, de intento.
2 comentarios:
"Pero existe la vida que es para ser intensamente vivida, existe el amor. Existe el amor. Que tiene que vivirse hasta la última gota. Sin ningún miedo. No mata".
Un dia en el aviso de las cajetillas de cigarrillos españoles leí Fumar mata y pensé Vivir mata.Luego vi la foto horrible que ponen y pensé que para ser justo deverian poner obligatoriamente una foto de un muerto por accidente de coche en todos los coches de Es pa ná. Algo así .Yo soy NÍTRAM
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