19 septiembre 2012

Ser Oso

Qué maravilloso ser oso,
echarse a dormir, por horas no, por meses,
pasar todo el invierno acostado y, al despertar, ser otro.
Porque no me cabe duda, cuando llega la primavera, el oso
ya no es quien era.
Antes que nada, tantos años resguardado del frío,
lo predisponen a una felicidad inconcebible.
Pero además, esos largos sueños,
esas horas infinitas de zen en otra realidad,
le ofrecen mil opciones y, así,
cuando despierta,
ve el universo como desde un caleidoscopio.

Yo lo sé, el dichoso,
en las horas en vela,
sólo se junta con los suyos,
con quienes caminan con él,
quienes lo abastecen de calor,
quienes, día tras día,
le dan la pata,
le ofrecen la garra,
le guían de vuelta.

Ya el oso no prueba.
El oso conoce,
y es que recuerda.
Sabe que el tiempo lo apremia:
se acerca si te necesita,
va a quien se le ofrece,
y si no oye nada,
se gira y no contesta.
Por eso sonrie tanto,
por eso nunca anda solo,
tiene todo lo que necesita,
viaja con los pies en el suelo,
y cuando sueña,
es de realidad: la que lo rodea. 

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