22 febrero 2013

Ella.

Pues por qué no sabría vivir sin ella,
porque a veces las razones no tienen un porqué,
son de piel,
y son los momentos en los que me preguntais
en ocasiones como estas cuando más dudo
de mi naturaleza
animal
como soy,
cuando soy, con ella.

Si soy, soy por ella.

A pesar de gravitar,
como la tierrra,
vuelvo al sol,
vuelvo a ella,
planetas tornando a mi derredor,
sin jamás tocarme.
Salvo ella.

Aunque nazca de las raíces,
como una planta,
y con sus fortunas me agradezca,
cuando camino,
sobre todo cuando camino,
ella me lleva,
me eleva,
me distrae,
me guía.
Conectada.
Siempre ella.

No obstante mis dudas,
más que nada,
por animal que sea,
me siento salvada
por ella.
Ella me diviniza,
ante mí,
me da alas,
para seguir sobre la tierra.
Y tira de mí a a lo hondo,
así me descubro cada mañana,
llevándome a ser lo único que verdaderamente soy
ya desde hace seis mil años,
constante sólo
ella.

Si es, yo soy en ella.









10 febrero 2013

Seis hoy.

Aparentemente cuando somos niños nuestro pensamiento nos induce a creer que todo aquello que deseamos, todo aquello que nuestra imaginación produce, puede volverse realidad.
Unos científicos de un país nórdico probaron cierto experimento y comprobaron cómo un grupo de alumnos de guardería se asustaba cuando se lo dejaba a solas en una habitación con una caja en la que, aunque se había comprobado vacía, les habían dicho que imaginaran contenía un monstruo. El mismo grupo de niños, sin embargo, sabiendo siempre que la caja estaba vacía, se acercaba a ella luego con excitación en cuanto tenían un segundo de soledad, para comprobar si de verdad el perro que habían deseado se había aparecido en su interior.

Bien, parece ser que yo, a mis veintiocho años, sigo en la etapa mental de los cinco. O peor.
Peor porque en las múltiples ocasiones en las que, por alguna razón perfectamente natural, la realidad no se desarrolla como yo hubiera querido o, más problemático incluso, la naturaleza no se amolda a mis deseos, sigo empeñada con todas las fuerzas de que soy emocionalmente capaz, no ya siempre por que lo que me rodea se flexibilice y retorne a la forma que yo le había idealmente otorgado, si no por que mi cabeza siga engañándose con eterna impaciencia contemplando la posibilidad de que mis expectativas e ilusiones se materialicen y, por fuerza de mi consciencia, un día lleguen a suplantar lo que también con mucha ardua insistencia trato de negarme, no ya a ver, sino a aceptar.

Hoy sin embargo, creo que cumplí seis. No únicamente porque me dí cuenta de que, digan lo que digan los cuentos, los deseos no se hacen jamás realidad, sino especialmente porque aprendí que abrir la caja, no ver nada y aceptar la nada tal y como viene, envuelta con sencillez, es la mejor noticia que uno puede confirmar y compartir. No hay ni monstruo, ni perro. Sólo una caja. Mi caja. Una simple y pobre caja de realidad.

06 febrero 2013

un deseo

Solo un deseo tengo para esta vida, uno pero bien ambicioso, irrealizable: leer, leer tanto y tan bien, sólo lo necesario, tanto tan necesario, cuanto sea necesario para alcanzar una de esas sabidurías relajadas, que le ponen a uno de acuerdo con la vida, sin cegarla, tranquilamente le muestran, y así me enseñaría a mí también, el arte del bien vivir: con placer, sin prisa, en el sabor de la intensa medianía.

02 febrero 2013

postmemorias: capítulo I

un día, día en que ya no sea yo, el pensamiento circular será una noción extraña a mi vocabulario, no sabré en que consiste extraer todo significado, sentido o lógica de la raíz original que me llevó a considerar algo, un problema; preferiré el no mirar, el no saber, el dejar de lado la posible verdad pues habré dejado de creer que existe, que se da, más bien, ella habrá dejado de tener fe en la razón; ese día, o quizá al siguiente (he perdido un poco la noción del tiempo en su historia) yo-ella aprenderá a no discutir ni enojarse por asuntos ridículos, a verdaderamente atomizarse, y reconocerse u olvidarse en un segundo más allá, cuando ya todo lo habrá olvidado y sólo quedará la tranquila sensación de que nada pasó, que esos eran otros tiempos, otra Irene, otra persona imbuida en lo perecedero, en lo más caduco de todo: la subjetividad amorfa de la auto-conciencia delirante, siempre en la cuerda floja; y un día, el día con mayúsculas, ese día de total revelación, bueno, parcial como siempre, paradójicamente parcial por absolutamente cierta, esa chica, o ya quizá otra, aprenderá a bailar, con todos, como todos, como muchos, inconscientes que sienten que no existe el presente, que no existió el pasado, que sólo queda un futuro abierto eternamente, brillante, pues nunca pasa nada, más que el tiempo, el tiempo inmisericorde, y dadivoso: la maravilla del dejarse ser en el presente futuro de alguien que no sabe quién fui yo.