ponga en un cuenco profundo unas gotas de rayos de sol de ésas que se han colado por entre la persiana; eche en la papelera de reciclaje las legañas y los bostezos; añada una llamada telefónica (o un email, dependiendo de lo que tenga más a mano) de un amigo al que echa mucho de menos; mientras espera a que la sartén se caliente, ponga una pizca de su canción favorita y remueva.
busque entre los libros del estante aquel que le dejó marcado durante años, recorte una página al azar y, tras leerla, añádala a la mezcla.
algunos cocineros aconsejan añadir pétalos de margarita. la flor puede variar a gusto del consumidor.
antes de que se le olvide, espolvoree la mezcla que sigue removiendo con kilos de chocolate en polvo, unas risas y granos de imaginación.
déjelo reposar unos minutos u horas, dependiendo de lo que precise su siesta.
al despertar, añada la cara bonita que le vino a la memoria durante el sueño y mézclelo todo con las manos.
puede ya meterlo al horno, sin embargo, si prefiere el plato más perfecto, añada una cucharada de amor propio, dos de no-hacer-nada, media de un paseosinrumbofijo, una pizquita de luces de navidad y un poco de aroma de mar.
recuerde que también el tiempo del horneado depende de la duración de su película preferida.
a la hora de servir, no lo haga: cómaselo todo enterito usando el método neandertal; mastique con la boca abierta y, eso siempre, límpiese con la manga.