01 marzo 2010

j.baker


en muchas ocasiones la gente me pregunta, ¿y eso de la literatura que tu estudias, para qué sirve?
y yo, simplemente para no morir del aburrimiento, voy respondiendo una cosa distinta cada vez; todas mentira y verdad a la vez. no hay sólo una razón, ni hay una que pueda satisfacer a quien algo así pregunta, pero hoy, si me preguntaran, respondería que quizá, cuando menos, a mí me sirve para llevarme gratas sorpresas;
sorpresas que me demuestran, entre otras cosas, lo ciega que vivo.

el próximo miércoles debo exponer en clase sobre la gran Josephine Baker. Nunca antes había oído hablar de ella, mi cerebro no la había registrado, ni quizá nadie me la había mencionado. Sin embargo, resulta que a parte de ser una gran mujer, y una incomparable artista, fue un icono en el paris de principios de siglo.
¿cómo puede permanecer la cultura de alguien tan sesgada durante tanto tiempo?
¿cómo podemos seguir inmutables ante la ya seguridad de que estamos perdiéndonos algo extraordinario, de que se nos está ocultando un posible elemento perturbador para nuestras vidas?

en este caso mío concreto, ¿se debe el desconocimiento al hecho de que es mujer, de que es negra, de que no pertenece estrictamente al ámbito de la literatura, de que puede ser considerada baja cultura, a la cerrazón de los estudios nacionalmente específicos o a mi misma culpa, o a todo un poco?

de cualquier modo, ¡basta de lamentos! afortunadamente, sigo estudiando y sigo aprendiendo, o descubriendo, nuevas personas, nuevos eventos, nuevas-viejas maravillas que, por diferentes razones cada vez, me fascinan durante un largo periodo y me enseñan cómo se puede y se debe ser mejor.

Josephine fue una mujer que luchó por sí misma, por sus convicciones, de manera revolucionaria, sin miedo, sin complejos, de miles de maneras, reinventándose siempre, sin creer o hacer caso de restricciones, consigo y por sí, conociendo y haciendo uso de sus mejores armas, con la seguridad que la ética le concedía, con la originalidad que supo y se atrevió a desarrollar para dar una lección a tantos, a miles de europeos o americanos que entonces, como ahora, aún creían que había cosas que algunos seres humanos no podían, o no debían, hacer.

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