algunas personas hablan más que otras. esa es una verdad innegable.
están quienes conversan para llenar el espacio, otros para ordenar su cabeza y algunos por simple y mera cosntumbre, porque una vez se nos dijo que esa era la manera más natural para estrechar lazos con los otros, esos que nos son siempre tan necesarios.
sea cierto o no que las palabras nos acercan unos a los otros, lo que cada día me parece más obvio es el hecho de que narrar los acontecimientos, pensamientos y sentimientos es, por el contrario, un modo muy rudimentario mediante el que nos alejamos de la realidad.
contar y suprimir son uno y el mismo verbo. ordenar y deformar equivalen igualmente a engañar. y con esa mentira reconstruimos para el mundo, al que, sin duda, pertenecemos, la historia de nuestra vida: la única que vamos a recordar.
como si sin esa memoria de palabras no fueramos a ser nadie, no pudieramos ser capaces de aceptar nuestra nada más inmediata, renunciamos a todo aquello que realmente nos ha ocurrido y nos rodea, por unas raquíticas y opacas palabras que convierten nuestra vida en bidimensonal.
de la misma manera, ahora yo, en este texto, me dejo la más maravillosa de las dimensiones, la tercera, que está ahí, flotando, alejándose, perdiéndose hacia un futuro en que otro la verá, y la matará igualmente, con ávaras palabras.
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