11 agosto 2010

esos ratos de reflexión, si los hay.

eficiencia.
nos pasamos el día haciendo cosas. pero ojo, cosas útiles.
no se puede malgastar un minuto. qué digo, un segundo.
corriendo de un lado a otro. tarea tras tarea. recado tras recado.
hasta los momentos de ocio se convierten en pura pragmática: sirven para el posterior momento de trabajo.
no hay energía que desperdiciar.
siempre haciendo.
sin parar.

tan es así que incluso a veces, cuando uno se sumerge en una conversación acerca de sus problemas, o problemas en general, ya no sabe ni qué opinar.
no se tiene la mente clara, no se tienen las ideas en orden.
y no digo que lo uno ocurra a causa de nuestro agotamiento físico-laboral, que podría ser; lo que creo más bien es que ya no reservamos ni un minuto a pensar.

pocos, por no decir ningún rato se da uno al puro reflexionar.
¿en qué consiste eso?
pues bien,
uno se tumba en la cama (aunque también sirve el sentarse en un sofá, mirar abstraídamente por la ventana estando de pie o caminar sin rumbo decidido),
y comienza a intencionadamente analizar esas ideas que distraídamente, durante el día, han estado alejándolo de sus tareas.
no sirve con dejarse llevar por ellas y, de manera imperceptible, acabar vagabundeando sobre otros asuntos,
no vale tampoco concluir derrotado diciéndose que es todo muy relativo, que se carece de la solución o que ya se hará lo que se pueda.
no, con un poco de esfuerzo, uno debe re-orientar sin cesar esos pensamientos y organizarlos de tal modo que le lleven a una respuesta medianamente clara, es decir, satisfactoria.

solemos creer que este tipo de ejercicio es pueril, accesorio, hedonista, simplemente porque no obtenemos de él frutos visibles y cuantificables, pero en realidad es quizá el mayor de los trabajos, cuando no la más aterradora de las tareas.
y es que se requiere valentía para mirar a la verdad que hay en uno.
se precisa de paciencia, de coraje y de sangre fría para analizar lo que nos rodea, subjetivizarlo y, aún así, continuar con la labor comenzada con el mismo pulso, la misma resistencia y un ojo más atinado. todo ello es preciso para lograr valorar con mesura, juzgar desde la distancia media, tomar decisiones que tendrán consecuencias, saberse responsable, aceptar sólo hasta un punto y tolerar sólo lo racionalmente analizado como aceptable.

siempre podemos, por supuesto, continuar viviendo sin analizar nuestra vida. nadie muere de ello, como está visto.
sin embargo, no me cabe duda de ello, el nivel de vida se ve afectado.
sin ratos tumbados en la cama, sin esos momentos de duro trabajo y valentía, seremos puros robots, mecánicos aliens unos para otros. o sea, nada.

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