agazapados, en un rincón de la vida, como dentro del almohadón de plumas, ellos viven viendo vivir a los demás. contemplan y aprenden para, sólo más adelante, reproducir lo interiorizado.
tan silenciosos son que uno no los nota. si se los mira con el rabillo del ojo, y se notan observados, ellos sonríen. nada más, nunca se dan, no comparten, no se arriesgan. saben jugar.
siempre allí, en la sombra, intuidos, emulan, y se dejan trabajar.
y llega el día en que uno, ya sin fuerza, se deja descansar. le flaquea el ánimo, se queda dormido y se da a soñar.
imagina amistades, pasados compartidos, reciprocidad. pero cuando despierta, descubre que todo ha sido un sueño, que ya no le queda sangre y que ese monstruo, de entre las sábanas, tan cercano, se ha disfrazado, se ha levantado y, como uno, empieza a caminar.
todo lo dado, todo lo único, permanece, como pesadilla, en ese pasado que es sólo de uno. y que el monstruo se ha dado a devorar.
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