de este modo, en un futuro muy o poco lejano, yo podría, con un simple tironcito de cuerda, recordarme a mí misma tal que hoy, ahora, aquí.
mirándome en este espejo de mi pasado, en ese futuro, podría con más seguridad tratar de no traicionarme y lograr mantenerme continua conmigo misma: siempre yo, en esencia.
pero ni esas cuerdas metafísicas existen, ni yo soy nada en ningún momento y lugar más allá del instante en que me voy haciendo, de modo que ese conglomerado de yo seguirá esparciéndose sin remedio, sin orden ni apenas control y
a juzgar por lo que veo en tantos y cuantos me rodean,
yo también me olvidaré. me dejaré en la vereda. pasaré a recoger otro ser, con el mismo nombre pero otro espíritu.
me olvidaré de quien quise ser, a quien abandoné. y así, sin resquemor, sin duda, sin apenas arrepentimiento, quizá incluso, lo que es más aterrador, sin que me quede constancia, o puede que, espero que no, con un tanto de desprecio al ser que me precedió, me daré a ser otra.
beberé en las aguas de una religión cualquiera y nada más será tan importante como ella. u odiaré a mi familia y todo el pasado que me unió a ella inventándome una historia que me impida volverles a sentir como parte de mi naturaleza. o decidiré que lo único importante es mi carrera, me volveré ermitaña, una estudiosa, tan exitosa que la política será mi segunda esposa. quizá incluso me cambie de nombre, me diga que yo puedo olvidar, que nada de mi pasado ocurrió, que esa ya no soy yo y seré más fuerte, más fuerte, más piedra.
o quizá no. quizá haya gente que, a pesar de cambiar en cada instante cada día, se mantiene siempre un tanto fiel a sí misma. yo lo intento; llevo conmigo siempre una soga transparente que me hace preguntarme constantemente: ¿ estás segura, es esto mismo precisamente lo que aquellas otras Irenes harían?
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