"La realidad te sabrá a poco" rezaba el anuncio que ví ayer en el cine. Un hombre comiendo palomitas era abordado por una ola marítima salvaje que lo bañaba por completo. Cuando salía de la ola, su amigo lo miraba incrédulo al ver lo inperturbable de su rostro. El primer tipo no parecía ni siquiera notar estar mojado; imperturbale, seguía comiendo aunque comentaba, con la mirada fija en el horizonte: "están demasiado saladas".
Curioso, pensaba yo, que esta fina línea entre la realidad y todo aquello que no lo es, sea tan delgada y tan poco problemáticamente delgada para muchos.
Siendo que "todo aquello que no lo es" es bien amplio, inmenso, amenazadoramente inabarcable. Tanto es así, que nos está esperando a la vuelta de cada esquina. Si es que no lo llevamos ya con nosotros. Si es que no lo es todo.
Pero bueno, no nos alarmemos. Todo no puede serlo porque entonces dejaría de tener validez la diferencia entre vida y ficción, ni existiría la una, ni la segunda.
Y las dos se dan, desgraciadamente para todos: ambas son reales (¿o no? ¿dónde empieza la ficción de la realidad que no es ficción y viceversa? En fin, demasiada palabrería para nuestro fin) y así, nos obligan a enfrentarnos a nuestros miedos: ¿hasta que punto soy como creo ser? ¿soy producto de mi idealización o satanización de mi imagen propia? ¿me amo demasiado o me detesto sin sentido? ¿es el otro tal como yo lo percibo o sólo una proyección de mis miedos y experiencias pasadas? ¿es así como lo deseo ver por necesidad, amor o conveniencia? ¿me ciego inconscientemente para lograr aquello que anhelo, me miento conscientemente por mi felicidad o aun siendo sincera conmigo misma no puedo contra las penumbras de mi vaga percepción y atontada intuición?
Siendo de un modo, o siendo de otro, ¿seré algún día capaz de saber la verdad, de aproximarme a ella, de creerme que existe? Porque el problema reside en que, aunque sucumba al relativismo o al pasotismo, me convenza de la irrelevancia o maleabiliadad de las fronteras, el hecho es que vivo con ellas. Cada día las empleo, las manejo para saberme cierta, para no sentirme un ente quijotesco en manos de otro cervantes inventado por un borges presente (o por mi mente, que viene a ser lo mismo que esto o el dios spinoceano), para ver y creer en los demás, para sentirlos más o menos cercanos, para sentirme a mí misma, más o menos coherente, más o menos yo. siempre aquí, siendo, sabiendo a sal.
Curioso, pensaba yo, que esta fina línea entre la realidad y todo aquello que no lo es, sea tan delgada y tan poco problemáticamente delgada para muchos.
Siendo que "todo aquello que no lo es" es bien amplio, inmenso, amenazadoramente inabarcable. Tanto es así, que nos está esperando a la vuelta de cada esquina. Si es que no lo llevamos ya con nosotros. Si es que no lo es todo.
Pero bueno, no nos alarmemos. Todo no puede serlo porque entonces dejaría de tener validez la diferencia entre vida y ficción, ni existiría la una, ni la segunda.
Y las dos se dan, desgraciadamente para todos: ambas son reales (¿o no? ¿dónde empieza la ficción de la realidad que no es ficción y viceversa? En fin, demasiada palabrería para nuestro fin) y así, nos obligan a enfrentarnos a nuestros miedos: ¿hasta que punto soy como creo ser? ¿soy producto de mi idealización o satanización de mi imagen propia? ¿me amo demasiado o me detesto sin sentido? ¿es el otro tal como yo lo percibo o sólo una proyección de mis miedos y experiencias pasadas? ¿es así como lo deseo ver por necesidad, amor o conveniencia? ¿me ciego inconscientemente para lograr aquello que anhelo, me miento conscientemente por mi felicidad o aun siendo sincera conmigo misma no puedo contra las penumbras de mi vaga percepción y atontada intuición?
Siendo de un modo, o siendo de otro, ¿seré algún día capaz de saber la verdad, de aproximarme a ella, de creerme que existe? Porque el problema reside en que, aunque sucumba al relativismo o al pasotismo, me convenza de la irrelevancia o maleabiliadad de las fronteras, el hecho es que vivo con ellas. Cada día las empleo, las manejo para saberme cierta, para no sentirme un ente quijotesco en manos de otro cervantes inventado por un borges presente (o por mi mente, que viene a ser lo mismo que esto o el dios spinoceano), para ver y creer en los demás, para sentirlos más o menos cercanos, para sentirme a mí misma, más o menos coherente, más o menos yo. siempre aquí, siendo, sabiendo a sal.
3 comentarios:
Creo que una de las cosas más importantes que nos han enseñado Borges, Cervantes y tantos otros (Ende de nuevo) es precisamente lo fina que es esa línea, como dices tú. A mí en algunos casos no me inquieta sino que me parece un consuelo y un triunfo de la literatura: es decir, en el fondo da igual que el Cid existiera o no, porque es más importante el personaje literario que el histórico; y el gran triunfador no fue Cervantes (al final, un intermediario) sino don Quijote, que consiguió ser el caballero andante más famoso de todos los tiempos, mucho más que Amadís, y que la Historia se vuelva para mirarle siglos después una y otra vez.
Uy si, estoy totalmente de acuerdo!
O sea, igual me angusta a veces, pero creo que es precisamente esa borrosidad la que nos "salva" que diría Borges.
Y sí, eso hace tan grandes a Borges, a Pierre Mendard (en el mismo nivel), a Ramon Gomez de la Serna, a los Aurelianos, Quijotes y Cids (que por cierto he enseñado hoy en clase). O sea, la grandeza es esa duda que instalan en nosotros, que ellos llevan en sí!
Aunque también es diferente si hablamos de una confusión en términos de ficción-realidad/historia y de "delusion"/realidad. O sea, que creo que si bien por un lado esa borrosidad nos ayuda a recordar que no podemos estar tan seguros de nada, tenemos que ser conscientes, por otro, de que mentirnos a nosotros mismos acerca de según que asuntos vinculados a nuestra vida, es muy peligroso (creo que mi post iba más por allí).
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