05 febrero 2009

sincera

comienzo a sospechar que la sinceridad es globalmente parcial.

Nos decimos sinceros pero, por un lado, para serlo, hace falta comenzar por serlo con uno mismo, lo cual ya es, de suyo, radicalmente imposible (pero hoy no me apetece pensar en ello); por otro, siempre tenemos, conscientemente o no, en cuenta a nuestro interlocutor: lo que quiere, puede o necesita saber. Materialmente es imposible contarlo todo, pero más allá de la cuestión temporal que nos impide narrar cada hecho o pensamiento con todo lujo de detalles, de los que podemos recordar, claro, está el problema de la afinidad.

Imaginemos el más cercano amigo; aún con él uno no puede abrirse completamente porque quizá esa persona no está interesada en todos los detalles de uno, o no de la misma manera, no desde la misma perspectiva y, aunque lo estuviera, probablemente su percepción y asimilación de lo contado ya transformaría el hecho de tal modo que aunque la intención del narrador hubiera sido la de ser sincero, nunca sería así porque el resultado variaría con respecto a la intención. 
Lo que quiero decir, creo averiguar mientras lo formulo, es que hay dos razones principales por las que la comunicación está siempre rota. Por un lado la configuración psíquica de cada individuo nos lleva a entender incluso las cosas más simples de modo radicalmente diferente; por otro, el saber esto a nivel preconsciente nos mueve  a presentar nuestras historias de un modo modulado ya sea en tiempo, en matización o perspectiva. 

Otro problema que surge de ello es cómo, con cada narración nuestra memoria se altera y, como ésta nos modula como individuos, nos construímos e inventamos, claro está, a través de lo que contamos y, según lo dicho, vamos variando en relación a la gente con la que decidimos vivir y compartir nuestra vida. El lenguaje, sí, aunque de modo indirecto, nos modula.
Pero creo que todo ello necesita de una aún más larga entrada y eso ya o dejo para otro momento.

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